domingo, 3 de mayo de 2009

Primer dia de escuela


Lautaro se despertó con el estruendoso e intermitente sonar del reloj. Se levanto, se lavo los dientes, desayuno; y luego de ponerse su mejor ropa, se calzo por primera vez en su vida un guardapolvo.
Su madre le dio un afectuoso beso en la frente; su padre una cariñosa palmada en el hombro. Lautaro sonrió, y salio de su casa, casi feliz.
Camino algunas cuadras, muchas…demasiadas. Su madre había elegido ese lejano colegio, porque era mejor que los que estaban cerca de su casa, aunque el le hubiera gustado cursar su primer día de escuela con sus amigos de siempre.
Llego a la entrada del imponente edificio. Era una de esas construcciones de los años cincuenta, de muros anchos, con puertas innecesariamente altas, con pasillos desproporcionados.
Un grupo de maestras recibía afectuosamente a los alumnos de años anteriores, y saludaba cordialmente a los ingresantes.
Lautaro se enderezo, junto el poco valor que le faltaba, y se dirigió hacia la puerta, cuando una de las señoritas, alejándose del grupo, lo asió dulcemente por el brazo.
-¿Cómo te llamas?
-Lautaro.
-¡Que lindo nombre tenés, Lautaro! Pero no podes entrar a la escuela sin zapatillas.
Lautaro miro avergonzado sus pies descalzos. Había tenido la precaución de lavarlos enérgicamente antes de salir, pero la prolongada caminata los había dejado muy sucios.
Miro una vez mas a la multitud de infantes felices, correteando hacia el patio; miro con desesperación a la mujer que acababa de deshacer su sueño. Sus ojos imploraban una clemencia que la maestra no supo reconocer. Son las reglas, diría.
Diez años más tarde, Lautaro volvió a encontrar a su maestra. Ella estaba en la puerta de su casa esperando un remis. El estaba delirando, y acariciaba con una ternura casi psicópata un tramontina en el bolsillo. Aun estaba descalzo.
Se acero a ella, con los ojos idos, pero en su confusión creyó reconocerla.
-¿Cómo te llamas?
Dijo asomando del bolsillo su tramontina.
-Lara.
Contesto la mujer, entrando en pánico.
-¡Que lindo nombre tenés, Lara! Pero no podes entrar con zapatillas. Dámelas. Son las reglas.
Sin entender del todo lo que estaba pasando, se descalzo, aun aterrada. Y Lautaro se dio a la fuga, calzándose en su prisa las zapatillas de su maestra de primer grado.