sábado, 16 de enero de 2010

Rosa rococó


Cuando sus labios se derrumbaban poco a poco más abajo de mi espalda, sus manos, como intrépidos arácnidos tejían telarañas.
Y yo, oculta en mi mirada, corroida, murmuraba sin pensar. La locura era el placer de continuar.
Despertamos vestidos el uno con el otro.
Nos miramos.
Nos besamos.
Y por un instante en el mundo no existió el dolor.
Volviendo a casa puso en mis manos una rosa rococó.