lunes, 26 de abril de 2010

soezz*

Frente a la puerta de caoba, sentía que había estado allí parada toda la vida.
Su amiga Lisa había sido la primera en decirle que haga ese viaje. Su psicólogo, el último.
Cuando hubiera cruzado esa puerta, todos sus temores habrían desaparecido. Pero siempre ha habido un pero en las frustradas historias de amor.
Tenía sólo quince años cuando lo conoció, y quince años y medio cuando dejó que él, ese a quien no podía ni nombrar, ese que solo era “él”, hiciera sangrar su vagina sin remordimientos.
Luego de esa noche oscura, manchada de un rojo sin amor, él se esfumó en las sombras para nunca jamás reaparecer. Ella aún sentía en su entrepierna la sangre correr.
Aturdida y sin pensar, golpeó la puerta. Fue entonces cuando el tiempo se detuvo en su cabeza, y como una película, todo volvió a comenzar, quince años atrás.
Abrió los ojos y observó las paredes mugrientas de aquella pequeña habitación. Las manchas de humedad poblaban el techo, y recostada en las pegajosas sábanas –testigos de quien sabe cuantas pasiones fingidas- escuchaba el goteo intermitente de una tubería que perdía en el baño. Allí estaba él.
Ella escuchó el chirriar de la puerta; cerró los ojos instintivamente, y un momento más tarde estaba sintiendo unas manos frías, esclavas de un corazón aún más frío, que acariciaban su cuerpo en lugares que el sol no había sabido conocer.
Temblaba. No sabía si era la helada sensación dentro de ella, o el gélido vaho que manaba de ese lecho inerte; o era simplemente que aún era una niña, que estaba aterrorizada y que sólo quería correr varios kilómetros sin detenerse. Pero de pronto, ya era tarde. Había dentro de ella algo más que unos frágiles y manipuladores dedos. Podía oler el calor extendiéndose por su cuerpo, derritiendo sus senos impúberes, quemando sus pensamientos.
Finalmente, en un destello todo acabó.Quince años más tarde, la puerta se abrió lentamente, y él, como la continuación de sus pensamientos, apareció. Ella lo miró. Primero con desprecio, luego con curiosidad. Había viajado tanto para estar donde hoy estaba, había tanto camino tras ella, y tanto por delante…
“Es indispensable que vuelvas a verlo, y le cuentes el terrible dolor que te ha provocado todos estos años. Tu primera vez fue traumática, pero no quiere decir que siempre vaya a ser así. Si querés superarlo, tenés que enfrentarlo” Las palabras de su psicólogo taladraban su cráneo incesantemente. Pero el calor subía por su entrepierna, se abrazaba a su vientre, consumía sus entrañas. Las lágrimas comenzaban a suicidarse en sus mejillas empujadas por esos ojos impávidos que había marcado su existencia, y que hoy amenazaban todo su futuro.
Entonces todo fue confuso, salvaje, casi sangriento. Abusaron del éxtasis, hasta socavar cada palmo de sus cuerpos, inconclusos y faltos de amor. Como feroces bestias en celo, proferían intensos gemidos intentando acallar un moral inexistente. Ecos impronunciables narraban las acrobacias de los dos amantes, que sin amarse, desafiaban la realidad burlándose de todo aquello que podía remediarse. Infieles a sus propias convicciones, hostigaron con sorna a aquellos que se quieren bien; y en su honor se humillaron mutuamente una y otra vez, hasta caer desmayados por el insoportable y efímero placer. Un placer inocuo al que sólo ellos, seres de corazón infértil, podían dotar de algo que se asimilaba a la realidad.
Las palabras que debía pronunciar, simplemente no salieron de su boca.
Ella, nuevamente, del lado exterior de la puerta de caoba, sentía que había estado allí parada toda la vida.